Un vestido y un amor
“Está empezando a hacer frío, ¿no?”. “Sí, ya pasó el verano”
, contesta Ladislao sin retirar la vista del Libro Sagrado. Camila deja lo que estaba cosiendo para levantarse a cerrar la ventana. Una llama ilumina la habitación de la casa que eligieron para refugiarse de la persecución familiar, política y eclesiástica. El ambiente mezcla dorados y ocres, pigmentos amarillos y rojos que arrastran el polvo de la tierra o el misterio de la atracción carnal. Apenas roza su espalda, él la voltea, se pega a su pecho, se besan, le desabrocha los botones de la blusa y empieza a acariciarla por debajo de la pollera. La humedad de la noche se impregna, a lo lejos, de un canto litúrgico. Recostada sobre la tela de flores que enseña un diseño femenino, delicado y hogareño, Camila se retuerce de placer como si esperara una fatalidad o un llamado del Cielo. Pronto deberá afrontar “el instante supremo”, según reza la fórmula del cura que le envían a la celda para que confiese los pecados antes de su fusilamiento. “¡Tengo vida dentro de mí! ¡Póngala a salvo, por lo que más quiera!”, suplica a gritos.
“Se me ocurrió proponerle a Imanol Arias que, en la escena en la que él ve la procesión y se da cuenta de que deja atrás a Dios y está triste, al entrar al ranchito me rompiera la camisa y me besara las tetas. Y de ahí –le digo a Imanol– me llevás arriba de la mesa y, sobre el vestido que voy a usar la noche famosa en que nos atrapan, hacemos el amor. Imanol y yo habíamos visto juntos dos películas maravillosas: una, con Jack Nicholson y Jessica Lange, que era de una pasión tremenda, El cartero llama dos veces; la otra, con Meryl Streep, La amante del teniente francés, que tenía esa cosa de la huida y del misterio atrapante. Yo sabía que lo podíamos hacer, y que a María Luisa, cuando lo viera, le iba a gustar”, nos relató Susú Pecoraro cuando la entrevistamos.
En efecto, hay algo del destape y de la transgresión sexual −que contribuyeron a despabilar y conmover las fibras sensibles una vez terminada la dictadura cívico-militar− que se refracta en el vestido. Tal vez sean los anacronismos que acarrea: la frescura del estampado Liberty en contraste con los pomposos trajes que Camila usaba antes de su nueva vida, la sencillez de las puntillas que dan rienda suelta al aire campesino, la tenue sensualidad del corte que resalta el busto y la cintura, al margen de imposturas y encorsetamientos.
No debe haber sido nada fácil rodar las secuencias que muestran el despliegue del erotismo a uno y otro lado de la pantalla. Pese a que en ese momento resultaba extremadamente complicado contar, con un esquema de producción a gran escala, una historia de amor situada en el siglo xix desde un enfoque feminista, a la hora de rodar Camila ellas estuvieron dispuestas a todo.
La directora María Luisa Bemberg, la productora Lita Stantic, la actriz Susú Pecoraro, la vestuarista Graciela Galán y la encargada de la ambientación Esmeralda Almonacid se embarcaron en la recreación de un melodrama que desobedecía abiertamente los pacatos mandatos patriarcales. Ninguna quería caer en el envarado estilo de las películas argentinas de época, tan viriles y acartonadas.
El drama desencadena un llanto sin consuelo: por más que se pretendiera aliviar o alivianar la muerte descarnada e injusta que provoca el disparo en el centro del vientre de Camila, sea mediante la repetición de la célebre frase pronunciada por Ladislao, sea mediante la música cristalina que elide las disonancias, la imagen de la sangre es imborrable. Así, la mirada feminista en su potencia disruptiva sacude la fijeza de la figura femenina que, en las ficciones de los años ochenta, se definía de manera esencialista: esposa, amante, madre patria, siempre subordinada al héroe y confinada al espacio doméstico. Avant la lettre, el vestido de Camila atesora la fuerza de la insubordinación.

Vestido usado por Susú Pecoraro en el rol de Camila O’Gorman
Autora: Graciela Galán
Donación: María Luisa Bemberg

