Pequeños satélites
Material promocional de Crónica de un niño solo (Leonardo Favio, 1965)
Autor: Guillermo González Ruiz
Cuando el mundo todavía era solamente analógico, las películas se hacían y se proyectaban en fílmico, pero también llegaban a los espectadores a través del papel: afiches, páginas de diarios y revistas, programas de mano, folletos publicitarios. En las salas comerciales, en los cineclubes y en los festivales, los espectadores se iban con algo de la película que se podía tocar. Información dura, sí, pero también souvenir. Llevarse un pedacito de la emoción a casa.
Algunos afortunados recibieron en mano una copia de este folleto, probablemente diseñado para promocionar la ópera prima de Leonardo Favio en el vii Festival Cinematográfico Internacional de Mar del Plata en 1965, en el que recibió el premio de la crítica a la mejor película. La foto icónica es la del afiche, en la que Polín, que no tiene tantos motivos para sonreír, mira hacia abajo e igual sonríe a plena luz del día, rodeado de vegetación. La cabeza rapada, el cigarrillo entre los dedos demasiado pequeños y el humo en la cara son apenas indicios de la soledad y el desamparo de un nene al que la sociedad entera le ha fallado, como dijo Favio alguna vez. Polín se ha escapado del instituto de menores, pero no puede escapar a su destino trágico. Es un niño solo que no pertenece a ningún lado.
La foto de la sonrisa está acompañada por el título de la película, bello y triste, y por una breve ficha con los principales nombres involucrados en la producción. En el reverso, hay una frase manuscrita en una letra cursiva desprolija: “Crónica de un niño solo es un testimonio”. Nada más. La frase se repite tres veces: en castellano, en inglés y en francés. Un testimonio. Y abajo, en letra muy chiquita, también cursiva, el doble apellido del diseñador gráfico Guillermo González Ruiz, que diseñó el afiche de la película y, probablemente, también el folleto. ¿Es una firma? ¿Quién escribió la frase? ¿Favio o González Ruiz? En cierta forma da lo mismo. La frase se lee como si la hubiera escrito el propio Polín, que nos ofrenda el testimonio de su desamparo. Una afirmación simple que suena como un grito seco, un pedido de ayuda desesperado, pero sin estridencias. En una frase y una foto, la misma distancia con la que la película observa a su personaje sin perder jamás la ternura.
¿Por qué esas frases no están impresas? ¿Fue una decisión del director que estuvieran manuscritas en esa letra cursiva de trazo infantil? ¿O se le ocurrió agregar la misma frase en distintos idiomas una vez que tuvo los folletos en la mano, como estrategia de venta de la película? Más que dar respuestas, los documentos históricos siempre abren nuevas preguntas. Ahora que los negativos y las copias fílmicas corren serios riesgos de supervivencia, estos y otros papeles, que en su momento fueron objetos menores, reafirman su valor como pequeños satélites que guardan parte de la vida de las obras. Son huellas tenues que también preservan la memoria.