Mirtha Legrand y Ángel Magaña

Historia de una carta

Las disputas legales en torno al modo en el que los artistas deben aparecer en los títulos de las películas pueden dar pie, por sí solas, a más de un libro. Quizás ello se deba a que, en la visión más tradicional y ortodoxa, serían estos detalles las pruebas más fehacientes y concluyentes sobre el avance (o no) de la carrera de los involucrados.
El problema habitual es que los contratos unen a las productoras o estudios con los artistas individualmente, pero, cuando se genera un conflicto, la interpretación (ineludible en la aplicación de todo convenio) puede implicar no sólo a ese contrato sino a los de todos aquellos cuyas cláusulas pueden entrar en colisión.

El conocimiento especial de la productora (y su buena fe) debería llevar a que nunca pudieran existir contradicciones flagrantes entre lo que se dispone en cada uno de los contratos, aunque ellos la vinculen con personas diversas. Si, por ejemplo, en el contrato del actor protagónico se dispusiera que su nombre debe aparecer solo y en primer término, la misma empresa no podría incluir idéntica cláusula en el convenio que firmara con la actriz principal.
Estos litigios llaman nuestra atención en virtud del innegable placer del cotilleo que sentimos cuando la información atañe a grandes figuras. Imaginar la rabieta de Ángel Magaña en las oficinas de Artistas Argentinos Asociados, reclamando por su lugar en los créditos por no querer aparecer tras quien sería su cónyuge en la ficción, nos dibuja una sonrisa en el rostro. También, haciéndonos cargo de los prejuicios, podemos imaginar el diálogo y la respuesta frente a la propuesta de consultarlo con su coprotagonista.
Pero por más de que los contratos sean obligatorios, tengan fuerza de ley entre las partes contratantes, y deban cumplirse conforme lo en ellos establecidos y de buena fe, el asunto aquí pareciera ser de otra índole. ¿Será porque en esa época los números telefónicos en Buenos Aires constaban de 6 dígitos en vez de los 8 actuales? (Tal como aparece bajo el inquietante logo con las -a la distancia- no menos inquietantes 3 A de la productora). Posiblemente no; pero estamos ante un caso evidente de “teléfono descompuesto”. Una aparente discusión en la que cada contendiente repite su punto de vista y no escucha al otro.

Según los propios términos del simpático libelo, cuando el Sr. Magaña estuvo en ésta (enigmática referencia, suponemos, a las oficinas de Artistas Argentinos Asociados), habría reclamado por la diferencia del tamaño de las letras en que aparecían su nombre y el de Mirtha Legrand. El bueno de don Ángel (conocedor de las leyes, evidentemente) no habría pretendido compartir cartel, sino llamar la atención sobre algo que -por lo visto- no constaba en ninguno de los dos contratos (ni en el suyo ni en el de la Legrand). No la “tenía ganada”, pero su petición no era infundada. El asunto del tamaño de la letra pareciera no haber estado contractualmente regulado.
En Adolescencia (Francisco Mugica, 1942), los nombres de Ángel Magaña y Mirtha Legrand aparecían juntos (y en ese orden) con carácter previo al título de la película. En Esposa último modelo (Carlos Schlieper, 1950), el de la actriz aparece solo y antes del título; tras este último cartel, el del actor protagónico. El tamaño de la tipografía es algo mayor en el caso de Mirtha Legrand…
Así es la vida.