Guion  Vidalita

Guión de Vidalita (Luis Saslavsky, 1949)
de Luis Saslavsky con diálogos de Ariel Cortazzo.
168 pags.

Acuosidad

Leo el guion de Vidalita, plagado de anotaciones y tachaduras. La tipografía de la máquina de escribir puja su pregnancia frente a la cursiva juguetona que anota y revisa, suprime y raspa la rigidez del tipo. Nunca mejor explicitado: la rigidez del tipo. No existe en el film de Luis Saslavsky algo cercano a un tipo.

Si por tipo se entiende un ejemplo, un ideal o un paradigma, lejos está el film de eso. Muy por el contrario, Vidalita se empeña, embozada en la comedia, en proponer el montaje como una modalidad acuosa de la performance. Hay que montarse para fluir. Monta el gaucho su caballo indómito en la performance de la identidad criolla devenida cacareo de una hombría tanto leve como frágil. La doma es, por ende, imposible, y el film se encarga de señalarlo. Ni Don Hilarión ni Laureano pueden domeñar lo que desean.

Si por tipo se entiende una complexión, una personalidad o un temperamento, Vidalita desbarata las posibilidades de los cuerpos expuestos: dóciles e inestables, vaivenean al compás de sus apetitos, aunque los desconozcan. Pero van tras ellos, como Vidalita.
Si por tipo se entiende una clase, una categoría o modalidad, ¿qué hacer cuando los modos se subvierten en el retozón desmadre de la comedia?
Pero tipo también es apostura, una disposición latente entregada al abismo.
Leo con fruición el guion. Escribí más arriba que Vidalita es, gracias a su “montarse”, una modalidad acuosa de la performance. Un humor, una gracejo, una sudoración reverberante que, entre la córnea y el cristalino, admite el flechazo del deseo, esa luz incandescente que ciega y atrae.
Un guion, una escritura tan acuosa como invasiva. Se aglutina y a la vez se diluye en los poros de la hoja y busca devolver algún asidero a la tenue apertura de quien lee. Y entonces, promediando la lectura, aparece esa imagen a mano alzada, un dibujo, un esbozo, un croquis subrepticio de un retrato o de algo que pretende serlo y que me mira, arqueando las cejas, sobre un palimpsesto de fondo de escritura. ¿Qué hace esta figura aquí? A medio hacer, o a medio hacerse, como la escritura siempre en fuga, siempre anhelante.


Ese retrato que me mira podría ser de Vidalita, la gran protagonista de esta historia. Pero también podría ser yo, en un espejo, abocada a la puesta en abismo de la mirada. ¿Qué me ata a este guion, a esta mirada? ¿Qué sacude y enciende mi lectura? Solo intuyo un cristal de agua, un ojo fluctuante atado al deseo. Porque a medio hacerse, quien escribe estas líneas apenas atisba su propia acuosidad, su propio montarse cada día, en la sempiterna lucha contra todo tipo.