Guión de La Guerra Gaucha

Un objeto histórico

Details

Guión La guerra gaucha (Lucas Demare, 1942)
Firmado por los integrantes de Artistas Argentinos Asociados
Autores: Homero Manzi y Ulyses Petit de Murat
Donación: Ulyses Petit de Murat

Como la célebre lanza de Longino, con la que un legionario romano habría atravesado el cuerpo de Cristo en la cruz; como las boleadoras que se enredaron en las patas del caballo que montaba el General Paz y que azarosamente cambiaron la historia argentina, este objeto también es capaz de explicar, a partir de su misma materialidad, un recorrido infausto. Es un guion de cine, a las pocas páginas habla de sí mismo. Primero aparece el libro de Lugones, presentado como una suerte de objeto sacro, una manifestación de la pompa literaria. Se lo retrata así: “En un ángulo de un escritorio y sobre un fondo de cuartillas manuscritas, ocupando toda la pantalla, un libro lujosamente encuadernado. En un ángulo del cuadro, un tintero y la clásica pluma de ave. Todo cubierto por el polvo del tiempo, de manera que nada se detalla, todo es impreciso. De la pluma de ave cuelgan telarañas que se expanden entre las cuartillas. (…) “Un soplo de viento sacude el polvo y deshace en parte las telarañas. Una mano entra a cuadro y limpia la tierra que aún ha quedado sobre la tapa del libro”. Ese rescate arácnido y polvoriento continúa de todas las formas posibles, incluyendo una amplia dedicatoria a Lugones, a quien se describe como: “Voz lírica con acento de eternidad que enraíza su inspiración en el corazón mismo de nuestra tierra”.
Después, llega la esperanza. Una vez concluida la enumeración de esa sucesión de formalidades, en las cuales el espíritu a acto escolar y a ceremonia de pueblo dominan no solo la prosa sino el espíritu que aparentemente se espera que pueble las imágenes, sobreviene literalmente una explosión, un disparo de cañón: “una descarga”, dicen los guionistas. ¿Existe acaso la voluntad de señalar que todo el abigarrado boato anterior era apenas una ironía que el film, con su fuerza de objeto popular, hará saltar por el aire? ¿Es esa explosión el film La guerra gaucha? ¿Se espera de ella que sea un golpe de cañón destinado a barrer con las telarañas retóricas del arte oficial?
Esa esperanza no se disipa de inmediato: en efecto, el guion (con una audacia que no hubiera dejado indiferente al primer Truffaut) anuncia su propia aparición en cuadro: “Mientras va aclarando el humo, el libro ha desaparecido y, en su lugar, un modestísimo guion de filmación, con sombras adecuadas, y en cuya tapa se lee: La Guerra Gaucha. Guion cinematográfico”.
Al ver el film, comprobamos que ese “modestísimo guion de filmación” se ha transformado en el aparatoso objeto encuadernado en cuero que tenemos en nuestras manos. Un rápido examen de ese objeto no deja lugar a dudas. Todos han escrito allí sus nombres con la plena conciencia de estar protagonizando un momento histórico: Lucas Demare, en cuya firma no es difícil adivinar una cruz invertida como si fuera el Anticristo; Sebastián Chiola, con una espiral patafísica y una “o” con algo de los anillos de Saturno; Enrique Muiño, cuya letra escolar parece un desprendimiento del film Su mejor alumno; Ángel Magaña, cuyo trazo se eleva hacia arriba, como un espadachín; Francisco Petrone, que parece haberse quedado sin tinta. No es difícil separar a este manuscrito de sus antecesores menos cinematográficos: la Declaración de la Independencia, el Tratado del Pilar, el Acuerdo de San Nicolás y toda la larga sucesión de pergaminos que pretenden cifrar la historia antes de ser arrebatados por la desatada tempestad de lo Real. Pero allí, en esos hombres de cine que se sintieron próceres, que se resignaron, acaso prematuramente, al mármol, hay una cifra de algo que el cine argentino no fue capaz de corregir del todo hasta el día de hoy: la voluntad estatuaria, el anhelo una y otra vez repetido de films grandilocuentes que refuljan en el horizonte con la vacua melancolía de un monumento.
En el camino que va de ese “modestísimo guion de filmación” anunciado a ese otro ya nada modesto objeto que aspira en cada una de sus partes a la eternidad está también encerrada, como un acertijo, nuestra propia Historia del Cine.
Está muy bien que este objeto sea exhibido en un museo: para eso lo hicieron. Ese fue, desde siempre, su destino.