Fotograma Muchachitas de Chiclana

Ventanita al arrabal perdido

En el tango casi siempre hay algo que se pierde. El barrio que ya no es, las casitas que ya no están, el amor que se fue. Pero también hay algo que queda. Manzi lo resumió muy bien en los siguientes versos: “Barrio de tango, / ¿qué fue de aquella, / Juana, la rubia, que tanto amé? / ¿Sabrá que sigo pensando en ella / desde la tarde que la dejé?”. Ella ya no está, pero es el recuerdo, aquello que persiste ante todo y contra todo, lo que la hace presente. 

Lo mismo pasa con el cine que, como el tango, es un presente continuo. Un fotograma o la breve secuencia de una película es la manifestación vívida de una persistencia que actúa igual que un recuerdo. Es una ventana abierta a un tiempo y a un espacio que se han ido, pero que vuelven apenas posamos los ojos en esas imágenes. 

Este fotograma de Muchachitas de Chiclana (José Agustín Ferreyra, 1926) pertenece a una secuencia descartada de la versión final de la película, hasta ahora perdida. Es desde ese resto que ha subsistido que podemos asomarnos al universo simbólico y mítico que el tango supo construir en las primeras décadas del siglo xx. Ver las calles del barrio que ya no es y encontrar aquellos personajes arquetípicos que poblaron las historias tangueras en canciones, novelas, obras de teatro, folletines y en películas. Saber cuál era el aspecto que imaginaban para la milonguita, la muchachita de barrio que es engañada y cae en la promiscua vida del cabaret y el prostíbulo, en los más sórdidos ambientes del tango. O conocer cómo era el guapo, el rufián o el muchacho noble del arrabal. 

Es que la película de Ferreyra se inscribe, sin dudas, en una narrativa ya dada. Por eso el lugar elegido es la calle Chiclana, paraje donde la milonguita se ancló para siempre desde la letra fundacional de Samuel Linnig (y música de Enrique Delfino) que le dio nombre a este personaje crucial del tango allá por 1920: “¿Te acordás, Milonguita? Vos eras / la pebeta más linda ‘e Chiclana; / la pollera cortona y las trenzas / y en las trenzas un beso de sol. / Y en aquellas noches de verano, / ¿qué soñaba tu almita, mujer / al oír en la esquina algún tango / chamuyarte bajito de amor?”. En Chiclana buscaron alguna vez a la muchachita que inspirara la canción, como bien lo cuenta José Barcia en su ensayo El tiempo de Milonguita (Esbozo ligero de los años veinte en Buenos Aires). Y en esa misma calle el mundo del tango ubicó a la milonguita de esos tiempos.

Basta con revisar la versión teatral de Milonguita, escrita por el mismo Linnig en 1922; escuchar un tango como Sos de Chiclana (música de Rafael Rossi, letra de Alfredo y Julio Navarrine, 1927) en la voz invicta de Carlos Gardel; o leer el poema La pebeta de Chiclana (Carlos de la Púa, 1928), que Daniel Melingo convirtió en tango canción hace unos años atrás. Claro que la película de Ferreyra, por aquellos portentos del cine, va un poco más allá y nos permite ver a la milonguita en su andar -acaso ilusionado y un tanto despreocupado- por esa calle mitificada del sur porteño.

Fotogramas de Muchachitas de Chiclana (José Agustín Ferreyra, 1926)
Una de las tantas películas perdidas del periodo mudo de Ferreyra, sólo se conserva un
breve fragmento de 121 m de longitud