Un niño y un hallazgo
En el verano de 1968, al cumplirse diez años de su estreno y otros tantos de mi nacimiento, se repuso El secuestrador, de Leopoldo Torre Nilsson, en un cine de la calle Corrientes y mi madre decidió que ya era hora de que yo me viera en la pantalla grande por primera vez. Para ella, la película entera giraba en torno a mi personaje, “el Bolita”, aunque no figurase siquiera en los programas. En los títulos, yo aparecía solo con una inicial por nombre (y, además, equivocada): A. López Méndez. Leonardo Favio tuvo mejor suerte al compartir cartel con María Vaner, a pesar de ser debutantes como yo. Además, habíamos cobrado el mismo sueldo.
Mi fugaz carrera cinematográfica había comenzado en Los 36 Billares, cuando Leopoldo Torres Ríos, partida de ajedrez de por medio, le contó a mi abuelo que su hijo Babsy había probado varios bebés para su nueva película y no encontraba al indicado. La violencia implícita y explícita del guion de Beatriz Guido no era lo ideal para párvulos aspirantes. La oferta no era despreciable, mi abuelo convenció a mis padres, ellos me llevaron a una prueba y yo me gané la aprobación de Babsy en una sola escena. En una oscura calle de Barracas un grupo de patoteritos integrado por Leonardo Favio, Carlos López Monet y Oscar Orlegui marchaba arrojando piedras contra los focos del alumbrado. La gracia consistía en acertarles mientras me llevaban a upa.
Donde los demás niños lloraban, yo extendía mis bracitos para pasar de uno a otro y festejaba con cada estruendo y, así, Torre Nilsson encontró a su Bolita. Nada menos que en Radiolandia, bajo el rótulo de “Un niño y un hallazgo”, afirmaron que yo era “vivaz, con la alegría de los niños sanos y fuertes”, y que “Bolita, intuitivo, genial, repite por lo demás, a poco que alguien se lo marque dos o tres veces, movimientos importantes que pueden parecer luego, en la ficción de la imagen, instintivos y naturales”. Tampoco dudaron en asegurar que, con apenas ocho meses, Bolita lloraba si Torre Nilsson presionaba un dedo de su pie izquierdo y reía si hacía lo propio con uno del derecho. ¡Notable comunión entre actor y director, evidenciada en la complicidad de nuestras miradas en cada foto fija donde me sostiene en sus brazos! .
La historia de esos meses que trastocaron la vida de mi familia por escenarios y horarios absolutamente insólitos llegó hasta mí por relatos y por el álbum de recortes reunidos por mi abuelo. Las críticas sobre la película no ahorraban calificativos tales como “ácida”, “morbosa”, “polémica”, “atrevida”, “oscura” y, el que más me intrigaba ante la posibilidad de verla a mis diez años, “inconveniente para menores”. Esa fue la advertencia con la que nos topamos en la boletería:
–¿Cómo que no puede entrar si mi hijo es el protagonista?
–¡Señora, el chico es un menor y el protagonista es Leonardo Favio!
–¡El protagonista es Bolita! ¡A Leonardo Favio no le pasa nada y a Bolita se lo come un chancho! ¡Y ahora Bolita va a entrar a ver su película!