Foto de Barbara Mugica por Annemarie Heinrich

El regreso

La foto de mamá estuvo muchos años en la vidriera de un local de fotografía. Ella vivía a la vuelta, en la misma manzana, sobre Las Heras entre Callao y Rodríguez Peña. Cuando estábamos llegando a casa, la foto era como un saludo anticipado al que recibiríamos al entrar al departamento. 

A finales de los años sesenta, el fin de semana nos encontraba en ese departamento a la familia ensamblada. Alejo y Andrea visitaban a su papá; Gaby y yo, a nuestra mamá. Lucy nos venía a buscar y estaba con nosotros todo el tiempo. Íbamos a un cine en la calle Santa Fe a ver Melody, Amor sin barreras o Nazareno Cruz y el lobo. La foto era siempre la referencia en el regreso, ya sea que estuviéramos volviendo de The Embers, en Callao y Santa Fe, o de probar los nuevos sabores -chocolate blanco y frambuesa- en el Freddo de Pacheco de Melo y Callao.

Siendo más grande tomé conciencia de que el local de fotografía pertenecía a Annemarie Heinrich, la extraordinaria fotógrafa que inmortalizó a tantas figuras de la actualidad argentina. Para mí era la foto de mamá en una vidriera del barrio, para los demás era otra cosa. Supongo que para la artista significaba algo especial porque la tuvo allí varios años. Me gusta pensar que la sentía como una de sus obras más acabadas, en la que había logrado lo que todo fotógrafo busca al retratar un rostro, inmortalizar la esencia de su modelo. 

Para el público era la foto de aquella niña que los enamoró y cautivó en el cine en la edad difícil en que despertaban a la adolescencia, la que les mostró la cara del amor en las telenovelas de la tarde, la que les contaba las cosas juzgadas crudamente cuando fueron más grandes, o la que los hacía vibrar en la butaca con el grupo Gente de Teatro. Fueron creciendo con ella y era parte de su imaginario, de sus recuerdos y emociones. 

Pero para mí era la foto de mamá recibiéndome antes de llegar a casa. ¿Qué veían los demás? Solo puedo suponerlo. Yo veía su mirada serena y transparente, esa tranquilidad que siempre transmitía (aunque internamente tuviera un caos), la belleza de su rostro.

El teatro es, para los actores y actrices, el lugar donde se desarrolla la esencia de su trabajo; la televisión, el acceso a la popularidad y el encuentro con la intimidad de los hogares; y el cine, el espacio de la trascendencia. Hoy, cincuenta años después, pienso en su foto en el Museo y en todos aquellos que no la conocieron, ni a ella ni a su trabajo. Me gustaría que les interese esa mirada serena y transparente y que, tal vez por eso, quieran ver lo que nos dejó su arte.