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EL FANTASMA DE DUCRÓS

Todo museo que se precie de tal tiene que tener al menos un fantasma. Así sucede con la cantidad de moradores que caminan espectrales por el Instituto Smithsoniano, los centenares de decapitados que dan respaldo a las leyendas que rodean al Museo de la Guerra de Penang en Malasia, o los aparecidos en las espeluznantes y concretas Catacumbas Capuchinas de Palermo.

Ahora bien, ¿puede un museo errante tener su propio fantasma? A lo largo de su existencia el Museo del Cine tuvo diversas sedes que le impidieron acuñar un espectro propio como el que alimenta la fantasía de los visitantes de los palacios Noel (actualmente sede del Museo Fernández Blanco) o Errázuriz Alvear (Museo Nacional de Arte Decorativo). Esto nos lleva a una segunda cuestión: ¿el fantasma está en relación con el ámbito o con los objetos guardados? Si fuese lo primero, un espectro de película debería contar con un mapa que señalara las varias mudanzas de esta institución en sus cuatro décadas de historia.

En cambio, si los objetos delimitan el arraigo con el “más allá”, la suma patrimonial de un museo que acrecienta sus fondos constantemente (como es el caso del Ducrós Hicken) tendría que tener más seres del más allá que personal propio. Un reparto invisible digno de una gran superproducción cinematográfica.

El Museo del Cine tiene en su anecdotario de entrecasa leyendas de objetos con movilidad propia, pasos en salas vacías y ruidos extraños en ambientes desiertos. Los trabajadores con más antigüedad señalan al “fantasma de Ducrós” como el responsable de eventos que la lógica no podría explicar. Sin la asistencia de entendidos en la materia solo podemos confirmar que una foto, en espectral blanco y negro, vincula a Pablo Ducrós Hicken con un fantasma, aunque en la historia de su labor como cinematografista haya más de uno. Hace poco más de un siglo, en 1922, se iniciaba como realizador con Inquilinos de etiqueta. En este film, dos vagabundos intentan dormir en una casa aparentemente abandonada, pero un tercer indigente se vale de un disfraz de fantasma para asustar a los usurpadores del usurpador.

Se estrenó en el cine Select Lavalle y supuso el inicio de diversas producciones, algunas para su propio sello Ideal Program, otras por encargo o para Film Revista Valle. En 1924 realizó una segunda película argumental, La melodía fatal, para proseguir con una labor que lo vincula con una de las tres primeras películas filmadas con sonido óptico en la Argentina, y a la sazón la única perdida, Los caballeros de cemento, dirigida por su tío, Ricardo Hicken, y rodada antes que Tango! y Los tres berretines

Volvió al universo de lo sobrenatural en 1937 con El fantasma, de la cual el Museo conserva la fotografía de rodaje que acompaña este artículo y la cámara L.Gaumont Chrononégatif de 35mm con la que se filmó esta película de 600 metros, alrededor de veinte minutos de duración. En la imagen, Araceli Elsa Paz posee un vestido de velos y transparencias y, tal como anota la reseña del recordado Carlos Barrios Barón, “una sonámbula, toda vestida de blanco, asusta a los moradores de la finca, hasta que finalmente la despiertan”. El rodaje tuvo lugar en la casa familiar de Villa Progreso, donde Ducrós, quien sostiene la cámara, había montado un set de filmación. Así, El fantasma es la aproximación más certera que puede constatarse sobre la relación entre este realizador y una existencia paranormal.