“Si no hubiera bebido, me habría suicidado”
dice la escritora y periodista María Moreno sobre la presencia inclaudicable del alcohol en su vida a la hora de volver la mirada hacia atrás en su libro Black Out. Y es que la copa es un sostén. Es un rescate. El vino, o el whisky, o el brebaje que sea, puede ser la única presencia soportable a la hora de lidiar con el sinsentido del mundo. Un elixir accesible que circula por el cuerpo y envalentona, o adormece y anestesia en proporciones iguales.
En La ciénaga (Lucrecia Martel, 2001), Mecha (interpretada por Graciela Borges) está empantanada. El calor opresivo y el canto ensordecedor de los pájaros del monte salteño la empujan a un sopor del que no hay salida. Como esta malla, la ropa en la película está muy connotada. Muestra y oculta al mismo tiempo. Los vestidos sencillos y pulcros de las sirvientas contrastan con las finas batas y enaguas con encajes que usa la dueña de casa para estar mayormente en la cama. Pero sobre todo, en pleno verano, se muestra más piel que el resto del año. Hay más carne a la vista. Los cuerpos se doran al sol, los poros transpiran. Los hombres se quedan en cueros, las mujeres circulan por el pasto o la vivienda con las mallas humedecidas.
Este traje de baño enterizo, azul oscuro, manchado con sangre, subraya el abatimiento de Mecha. Es sexy y patético a la vez. Exalta la belleza de quien lo lleva y a la vez la enturbia. El rojo profundo de la sangre salpicada en la malla luego de clavarse los vidrios de una copa de vino se cruza con los restos de otros tintos calentándose en el fondo de los vasos al final de la tarde. La malla tiene el tono de la sangre, el aroma del peligro de lo que pudo ser: es el recuerdo de su pecho lleno de astillas. En la cara de Mecha con la malla manchada aparece el desconcierto triste de una mujer derrumbada que no quiere perder la coquetería. Porque en malla se puede estar esbelta y fresca. O se puede estar incómoda y perdida.
Mecha no sabe cómo lidiar con el caos de personajes y situaciones que se viven en su propia casa. Y la manera de estar desacomodada en un espacio supuestamente familiar y propio es representada por Martel a partir de un tiempo continuo. La duración extendida de los días con mínimas variaciones no genera clímax sino más y más sopor. Y entonces Mecha no es capaz ni de llenarse su propia copa. Son las empleadas las que, como prótesis de sus deseos, le alcanzan otro vaso con hielitos.
Se ha dicho que los sentidos están muy activos en La ciénaga. Es una película que nos transmite olores, vapores insinuados; percibimos el avance irremediable de la podredumbre de la piscina, su agua espesa y oscura. Un caldo de cultivo. Esa especie de pantano en ciernes se parece a la mirada perdida de Mecha en malla. Entre el pudor y la decadencia, entre el rescate y el abismo, el traje de baño manchado nos recuerda cuán sutil puede ser el cine para expresar aquello que se nos esconde a primera vista.
Details
Vestuario La ciénaga (Lucrecia Martel, 2001)
Traje de baño usado por Graciela Borges en el rol de Mecha
Vestuarista Marisa Amenta
Donación Lita Stantic
La pieza tiene manchas que simulan sangre, que se corresponden con la escena de xxxxx
